SACRIFICIOS
“Me siento perdida amiga” —reflexiona Jessica desde
Barcelona, España—.
“Es duro Karli, el primer día dormí en una caja, todo sea por
la medicina de mi nieto”— llora gloria desde Ecuador—.
“Tengo una semana comiendo caraotas” —ríe sarcástico Andrés,
desde Panamá—.
“Me da mucha ansiedad desde entonces”— conversa Lucía, desde
Londres—
“¡Ay Karli, extraño todo, hasta a mí!”— me manda un mensaje
Nora, en Puebla, México—.
“Hija, no debiste mudarte. Te extraño”—replica mi mamá,
desde El Paraíso—.
“Cambiaste nuestro amor por un país que te sigue
traicionando”— sentencia mi ex, desde chile—.
Me siento en el sofá, reviso las sentencias, las lágrimas,
las anécdotas y respondo:
“Yo también me siento perdida amiga, y solo me mude a Los
Ruices”.
“Es duro mi Gloria, la primera noche yo no dormí, todo sea
por curarme el alma”.
“Aquí la caraota es
un lujo Andrés, desde hace mucho no como tres veces al día”.
“Entiendo tu ansiedad
Lucía, es la misma que sienten mis bolsillos”.
“Yo también me
extraño, no me reconozco entre la gente, Nora”.
“Mamá, yo también te
amo, pero ya soy mariposa. Oruga me crees tú”.
“Si amor, todo parece
indicar que el país es una mujer que no me ama y yo insisto en buscarle un
beso”.
Resumo, entonces:
Venezuela anda llorando por todas partes del mundo
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