DERECHO

Déjame llorar
en la cuerda floja de la angustia,
mientras miro el amor en tercera persona.
Mientras llueve
cuando se paren besos en público.

Déjame llorar mi nombre,
mi nombre que me duele tanto,
que me digo y lloro; que me nombro y lloro.

Déjame decir “no puedo”.

Déjame rendirme un ratico.
Déjame guardar la espada,
que descanse el caballo,
que se duerma la picardía.

Déjame perder como Dios manda,
con la cara salada de llanto sin auxilios.
Déjame llorar pasito, gritando, desconsoladamente.
Deja que esta vez no argumente mi optimismo.
Vamos a prohibirle el paso a mi bufón,
no dejemos pasar chistes ni adulaciones.

Aquí me juego más de una epifanía
y debo dejar la sangre en este verso,
en este abril, este adiós,
porque algo de mí se está muriendo.

Así que déjame llorar,
expuesta ante el escarnio,
vulnerable a cualquier cosa,
trancada en el crujido del sollozo,
abrazándome sin Dios,
pidiendo perdón y perdonando,
hinchada de penumbras...
de facturas, fracturas, rupturas y errores.

Déjame a solas sin mí,
con lo que no escuché gritándome al oído,
con lo que no vi inyectándome los ojos,
con lo que no toqué torturándome la piel,
con lo que no sentí partiéndome el corazón.

Déjame llorar y morir cansada
en ese líquido del corazón
que sabes necesario,
porque uno muere muchas veces en la vida
y aquí una de mis muertes;
lo cual no quiere decir que descanse en paz.


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