MI TÍA, LA DE LA PLAYA
Cuando llegaban las vacaciones y mi mamá nos decía que nos
dejaría un mes en casa de “su tía, la de la playa” era como si nos dijera que
nos dejarían un mes en Disneylandia; porque ir en mi infancia donde mi tía, era
ir a La Guaira, jugar con nuestra prima Yuri. Mi prima era hiperactiva,
dinámica… inventaba para mí, los mejores juegos. Tenía el cabello largo, los
ojos saltones y la risa siempre urgente. Ir a donde mi tía era también comer
mamones, pescado, caminar descalza por la lluvia, vivir en traje de baño, comer
empanadas frente al mar; jugar era el verbo de todos los días.
Mi tía era hermana de mi papá y, por lo que contaban los
adultos, (esos rumores que recuerdas con la cabeza mirando hacia arriba), era
la más querida por él y aunque mi tía y mi mamá no se querían mucho, mantenían
el contacto protocolar por respeto y por nosotras. Mi tía era una mujer
robusta, negra, alta, de una mirada que pocos la podían mantener. Hacía
empanadas, cocía ropa y sarcasmos; su casa era grande como el Mar Caribe y
siempre estaba ordenada y muy bien decorada, con ese olorcito a salitre de casa
de la costa. En un anexo vivía su sobrino Jorge, que tenía de mascotas unas
culebras y nos mostraba, cada tanto, cómo les colocaba en las jaulas ratones y
las víboras sigilosas atacaban al vulnerable roedor.
Mi tío Ángel, esposo de mi tía; era alto, con su piel color
arena, era mucho más amable y blando que su esposa, me enseñaba a tocar a los
cangrejos, cazarlos, quitarles las tenazas y ponerlos a caminar encima de mi
piel, por eso para mi hermana y para mí era toda una aventura ir en vacaciones
para La Guaira.
Mis tíos tenían un puesto de empanadas en una playa del
litoral llamada “Alí Babá y los 40 ladrones”, donde la verdad en la época de
los ochenta, los cuarenta ladrones sólo los veías en el nombre. Mientras mis
tíos atendían su puesto nosotros jugábamos en el mar hasta que se nos arrugaban
los dedos y nos pedían salir del agua así que, desprovistas de límites y llenas
de goce, nos mirábamos los dedos y reíamos diciendo que el mar nos había puesto
viejitas rápido mientras nos devorábamos el almuerzo, la oblea, el día.
De esas empanadas y el sueldo del puerto de mi tío Ángel
salieron unas vacaciones para Yuri a Disneylandia que mi hermana y yo
envidiaremos por la eternidad, (ya saben, de esas atrocidades de la cuarta
república, cuando una señora que vende empanadas y un obrero del puerto podían
reunir y llevar a su hija a EEUU a ver a Mickey Mouse en vivo). Lo cierto es
que en esa casa de la playa todo era abundancia. En uno de esos años nació
Amanda, segunda hija de mis tíos, y era maravilloso porque significaba tener
una nueva compañera de juegos… año tras años eran para mí las mejores
vacaciones.
II
Había dos cosas que quizás empañaban un poco tanta diversión
infantil: mi tía, la de la playa, era bastante severa y agresiva con Yuri,
cualquier excusa valía para acercarle un golpe o varios, para descalificarla en
público, en privado, en todos los tonos posibles; no recuerdo a mi tío ni
interceder, ni insistir. Recuerdo que la boleta de la escuela era una ruleta
rusa que le valían varios golpes, cuando eso pasaba yo le subía más volumen al
Nintendo, había un juego donde con una pistola tenías que dispararle a unas
aves, si no lo hacías del jardín digital aparecía un perrito riendo, yo buscaba
que se escuchara más el perrito burlón que la golpiza, la ofensa, el llanto en
el cuarto. Mi tía la de la playa nunca nos pegó, era mucho mejor ser su sobrina
que su hija aunque te llevara a Disneylandia. No recuerdo que haya sido
demasiado severa con nosotras, quizás nos peinaba con laca y exceso de
determinación, el olor a laca es sinónimo de mi tía y aunque yo no era
partidaria de que me peinaran ni me arreglaran; nada era más divertido que ir a
la plaza de las palomas, comer helados y salir a pasear por Macuto.
Lo segundo que empañaba las vacaciones era que ella nos
hablaba mal de nuestras tías maternas, nunca entendí por qué razón siempre, en
cualquier momento: mientras nos peinaba con su laca y su furia, nos daba de
comer o ya íbamos a dormir, buscaba burlarse o hacer un comentario que a
nosotros nos incomodaba profundamente, porque esas tías a las que ella se
refería eran las hermanas de mi mamá y también las amábamos como la amábamos a
ella, año tras año los comentarios fueron cada vez más insoportables, hasta que
un día mi hermana y yo nos armamos de fuerza para decirlo y expresar nuestro
malestar. Esa valentía nos valió el lamentable final de las vacaciones, nunca
más nos llevaron a su casa.
No sé si mi papá, mi tía la de la playa o mi mamá, o los
tres, tomaron la decisión; pero más nunca volvimos a pisar la casa de las
quince letras de Macuto, más nunca comimos mamones, ni vimos la culebras de
Jorge, ni jugamos con Yuri, tampoco alcanzó para tener demasiada historia con
nuestra prima, la más pequeña, Amanda. En instantes mi hermana y yo nos
sentíamos culpables. De año en año Yuri, mi prima preferida y Macuto, esa costa
pequeña que para mí era Disneylandia, se fueron borrando.
Después de muchos años vi a mi tía en el velorio de mi papá,
aún yo era una niña, nos abrazó cariñosa y efusivamente, creo que fue la única
vez que nos abrazó y la única vez que la vi llorar. Mi hermana y yo recibimos
el abrazo y entristecimos con ella.
Años de ausencia siguieron pasando, se mudaron de las quince
letras, supimos… en el deslave de La Guaira la mitad de la nueva casa quedo
tapiada, por unos meses estuvieron separados y volvieron a su casa y la
restauraron, supimos… Yuri tuvo un hijo, luego otra niña. Amanda se volvió
recreadora, las redes empezaron a ser más poderosas que la sangre, o quizás la
sangre y las redes se unieron para que Yuri nos escribiera después de muchos
años. Nos manifestó que nos recordaba con mucho cariño así que luego de varios
comentarios y likes en facebook, este año nos juntamos otra vez.
Nos vimos un sábado, al llegar me recibió mi tío Ángel,
flaco, alto, amable como siempre, también había un perro negro, peludo y
hermoso y una señora que pesaba como 49 kilos, jorobada, de mirada tierna que
caminaba y hablaba sin sentido de un lado a otro, a veces cruzaba la mirada,
reía y me tocaba y volvía a irse con su mirada tierna pero perdida. Mi tío
Ángel insistía en que ella era mi tía, la de la playa…
Entre cuentos para actualizar la vida de cada quien, empecé
a sentirme mal, unas náuseas interfirieron en el reencuentro, fui al baño y
pude vomitar. Mientras intentaba reponerme, los hijos de mi prima jugaban en el
cuarto, escuchaba a Yuri y a mi hermana intercambiar recuerdos y a la señora de
49 kilos de mirada tierna decir en susurro cosas inentendibles. A veces, cuando
nombraban a mi papá, ella repetía su nombre con euforia “Carlos” y volvía a
perderse caminando de un lado a otro, creo que a mi cuerpo lo que verdaderamente
le cayó mal fue la noticia de un alzhéimer demoledor, ver a mi tía la de la
playa, así, vernos a todos de nuevo perdidos en el tiempo. Mientras observaba,
mi mente se devolvió a mi infancia: a los mamones, al Nintendo, a su mirada
fría, a sus empanadas calientes y deliciosas y haciéndome la dormida lloré,
porque creo que nadie se había dado cuenta que mi tía había muerto, mi tía la
de la playa. Nunca supe su verdadero nombre, sólo era la tía la alta, maciza,
bien acomodada, que vivía en la playa y esa tía había muerto, ya no había
rastros de ella; aunque esta dulce señora que no paraba de moverse era más
amable y dulce, esta señora llena de manchas, delgada, encorvada, casi sin
dientes y en detrimento constante, no era ella.
III
Fue un alzhéimer prematuro, mi tía tiene 60 años. En los
inicios de la enfermedad le hicieron varios chequeos y había sufrido de
hipertensión silente y eso a su vez le daño el corazón y el corazón a su vez en
algún accidente dormida, le fue quemando las neuronas hasta alcanzar el
diagnostico. Quizás de rabia en rabia, de bofetón en bofetón, la tensión se le
subía hasta el incendio, pero mi tía tal vez estaba demasiado entretenida en su
furia para saber que se estaba matando de ira y activando la herencia de un
alzhéimer desconocido.
Qué iba a pensar yo que el día que velé a mi papá también,
en el fondo, velaría a mi tía, porque sería el último abrazo que ella sintiese
de mí y yo de ella. Lloré el tiempo perdido, lo lloré calladamente mientras los
hijos de mi prima jugaban, lloré el tiempo que una irresponsable o abrumadora
decisión de adultos y la inercia nuestra provocó una ruptura irreparable de un
tiempo que ya no volverá.
Quizás ese sábado cerramos un ciclo y ahora abrimos uno
nuevo para no perder más tiempo y compartir nuestras travesías de adultos, para
que ese “perrito” del tiempo y la ausencia no siga riéndose de nosotros
mientras no apuntamos a la libertad de querernos como familia. Mi tío Ángel
dice que sigue con ella hasta el final, que a él no le pesa su mujer, ni
hacerle todo; que él la amo, la ama y la amará hasta el día en que descanse.
Tan bello mi tío Ángel, tan lleno de mar por dentro, tan carácter de arena y
siempre con ese hábito de quitarle a los cangrejos las tenazas y andar con
ellos en la piel.
Si te ha gustado la lectura, y quieres colaborar conmigo haz clic AQUÍ
tu contribución para el mantenimiento del blog es de gran ayuda.
Comentarios