1 AÑO Y UN ADIÓS


"Ese nombre que es amor y es abrazo"


Al piso llegaron nuevos inquilinos, una venezolana y sus dos hijos. 

—Mariela, mucho gusto— me dijo. Inmediatamente su nombre fue un abrazo, porque una de mis tías más amadas se llama Mariela, mi tía Mariela, mi «Titi». La tía que te da de comer, que te aconseja con palabras dulces; la que me anotó las tablas de multiplicar en la mano cuando mi memoria infantil se negaba a memorizarla y mi papá insistía en preguntármela. Cuando la nueva compañera de piso solo dijo su nombre, todos los recuerdos de mi tía Mariela vinieron a mí: «Mamita, ¿quieres un bollito con huevo?», «Tanita, por favor… ¡no bebas tanto!». 

«Mariela», y ese nombre que es amor y es abrazo hizo que mi esfuerzo por ayudarla y ser cordial fuera mayor… y menos mal, porque cuando mi trabajadora social me dijo: «Viene una señora venezolana con sus dos críos» pensé que eran unos bebés o niños pequeños y resultaron ser unos adolescentes, uno de 17 y otro de 15. Una edad incómoda, desatinada, imprudente. Semihombres en crecimiento, es que quizás alguien les dijo que ser patanes o decir muchas groserías los convierte en machos mientras miran comiquitas o coleccionan barajitas de Pokemón; con un caminar de reguetonero bravo y maluco, lidiando con el acné. 

Insistí con humor y una apuesta de un paquete de Kit Kat si eran capaces de dejar de decir groserías una semana, afortunadamente perdí. Sabes que has envejecido cuando de pronto te da por reformar a dos “críos” adolescentes; pero es que, en el fondo no son, sino que “actúan” a un patán, y me encantaría ir dializando el machismo venezolano con pequeñas reflexiones disfrazadas de chistes que al menos les dejen preguntas en sus afirmaciones machistas como: “No soporto un maricón afeminado”. Por su parte su dócil madre, despistada y amable, me daba las gracias con un poco por vergüenza: “¡Viste!, la muchacha les dijo groseros… de verdad, qué pena. Esa muchacha que es escritora, de verdad, qué pena”, escuché de ella, mientras les cocinaba a los dos y por wasap me escribía: “Karli, te dejé una arepita”. 

Mariela es la típica mamá gallina, enfermera de profesión, amable y de Propatria, despistada por nerviosa. Conciliadora y experta en hacer una buena pasta con carne molida. Una vez más Venezuela llegó a la cocina, y yo que no soy muy buena en materia de fogones la recibo con profunda felicidad. Aunque cada quien tiene y hace su comida, de vez en cuando se cruza la frontera para compartir una arepita o “uno de esos ponquecitos que compras tú, Karli”. Así la convivencia es amena y llevadera. 

Aparte de llegarme compañera de piso, también me llegó la segunda tarjeta roja con permiso de trabajo. Un año tuvo que pasar para ese permiso. La segunda tarjeta roja que, a diferencia de la del fútbol, donde recibirla te saca del juego, en este tema tenerla te mete al juego laboral; así que me sentí como quien entra en el campo a calentar. Otro año espera, esta vez con más recursos y los mismos kilos de más. 

En el campo volví a meter un gol en el equipo de la poesía, un Poetry Slam feminista en Villa Vallecas me hizo ganadora de 100 euros y mi segundo premio Slam y aunque supe esta vez que los impuestos ya estaban al tanto de mí (y descontaron lo de ley); nada me descontó la alegría los aplausos. El premio fue como la vela y la torta para celebrar un año en este nuevo país y en esta nueva vida. 

Seguiremos informando.

*Te interesará leer todo este año de experiencias nuevas en España, pásate por mis crónicas anteriores: 5 Meses y un Adiós6 Meses y un Adiós8 Meses y un Adiós,  9 Meses y un Adiós,  10 Meses y un Adiós y 11 Meses y un Adiós*


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