11 MESES Y UN ADIÓS
«¡Sal del clóset, Calitos!»
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La convivencia en el piso era buena; entre los comentarios de Barbie refugiada, la chica trans cubana y la buena sazón de la mamá de la Barbie, todo fluía. Cuba y Venezuela se sentaban en la mesa a conversar, después de todo somos países hermanos de la tragedia, colegas de dictadura. Cuando cocinaba la cubana se comían frijoles, cuando cocinaba la mamá de la Barbie refugiada, se comía arepa, cuando cocinaba yo, se compraba pizza. Entre conversaciones mencioné que tomaba pastillas para dormir.
— ¿Son las homonas, vedad?, ¿te las tomas en la noche?
— ¿Hormonas? No, no yo no tomo hormonas ¿Por qué?
— Pues deberías, porque si te quieres operá en algún momento, aquí son dos años que tienes que estar homonizada.
— Pero yo no me quiero operar.
— ¿En serio? O sea, ¿no eres hombre? — Preguntó la Barbie refugiada. Yo me reí.
— ¡Ay chico! Deja la veguenza, nosotros lo que vemos en ti es un hombrecito, es más te vamos a llama Calitos. Tú eres el hombre de la casa, aquí tamos en confianza… tú sabe. Yo sé que da miedo, pero en este país lo podemos decil.
Por mi apariencia, ellas juraban que yo era un hombre transexual, cuando intente argumentar que sólo era una lesbiana andrógina. Me dijeron que si era Queer no binario; me pareció un sudoku sexual, así que solo les seguí la corriente y me bautizaron Carlitos y así me quedé hasta el día en que tuvieron que marcharse porque ya les tocaba salir del piso.
Era una convivencia muy latinoamericana, la señora buscaba canales para ver una novela, la cubana escuchaba música a un nivel más alto del que me hubiese gustado tolerar y las conversaciones, aunque divertidas por sus particulares formas de hablar, giraban en torno al hombre millonario que ambas querían para salir de la pobreza. De repente la historia de la protagonista de las novelas es el discurso (lamentablemente) común en un porcentaje de mujeres que aun y con todo el movimiento feminista siguen apostando a una cartera masculina y no al empoderamiento individual.
Sola y sin wifi
Como ya a las chicas les tocaba el tiempo de marcharse, porque entraban en la fase dos: esa donde tú eliges donde vivir y el sistema de acogida te ayuda a pagar la habitación; yo me quede sola en un piso de tres habitaciones. Me quedé sin wifi, a la tv se le fue la señal y a mí me volvieron las ganas de leer. De repente también me dieron ganas de limpiar, de lavar, de barrer, de masturbarme, (bueno, esto último casi siempre) de cuidar el piso, de tender la cama. De pronto entiendes que las acciones físicas y el exceso de limpieza son una forma de no mirar tu soledad o de afrontarla haciendo cosas que no te dejen en el sofá atiborrada de silencios y te reencuentres con ese vacío, un vacío que no adquirí en el proceso migratorio. Es un vacío que siempre ha estado ahí, desde que vivía en el Paraíso, o cuando me mude sola a Los Cortijos, o cuando me fui a Macaracuay, o cuando me monté en el avión. A veces cuando ya no hay personas, ni acciones, ni ocupaciones, ese vacío se sienta junto a mí y me hace llorar. A mí me gusta estar sola, me gusta vivir sola, pero sé que si no maniobro bien ese vacío se va acercando y me abraza toda y me parte y me aísla y me empapa de una tristeza que abre las compuertas del llanto; del alcohol, del vicio de estar triste.
Por eso los verbos limpiar, cocinar, ordenar, que han sido menospreciados, vilipendiados y siempre evadidos, se te vuelven aliados y entiendes el porqué tu mamá era obsesiva con la limpieza, con el orden. Sí. No limpiaba la casa, se limpiaba a sí misma y acabé descubriendo en Madrid que heredé su estrategia; quizás no con la constancia, el rigor y la compulsión de ella, pero admito que fue una de mis herramientas para no sucumbir en invierno a una melancolía promovida por el clima.
Un tigre famoso
Hay un término que me gusta mucho de Mía Astral cuando habla de los signos y los astros: «energía disponible», alega que no todo está escrito en el universo, sino que hay una energía disponible que si sabes y puedes sentir que está, la aprovechas. Desde que me dieron plaza en ACCEM, siento que la energía disponible cambió, es como si mi propia energía se hubiese tomado un relajante muscular. A veces todo esta espeso, trancado, lento, y otras veces fluido, ligero. Quizás llegó el momento de la calma, de las buenas noticias, entre ellas una que me llegó en Gran Vía, venía de estar en el Poetry Slam del mes de diciembre pero como público, porque para ese mes no quedé seleccionada; sin embargo ir siempre me sienta bien, puedo ir sola sin sentirme sola y disfrutar el espectáculo.
Cuando salía de ahí la amiga que me había recomendado para trabajar de camarera me escribió que si podía hacerle una suplencia, esta vez a nivel de producción teatral. Me dijo que me llamaría, así que caminé unas cuadras más por la Gran Vía para no entrar en el metro y evitar que se cortase la llamada. Terminé en la acera de un teatro, allí me llamó y me dio los detalles, el más importante es que la suplencia era en la asistencia de producción del monólogo cómico de Ana María Simon en Madrid, (¡esooooo Karlina!). Le colgué con calma, sin embargo la emoción no me cabía en el pecho… pero con honestidad, ¿por qué me emocioné?, ¿por qué Ana María era muy famosa y talentosa actriz?, ¿por qué era un stand up comedy?, ¿por qué Ana María era bella y punto?
Ana María Simon es una actriz de reconocida trayectoria, una gran actriz que también escribió un libro "Soy de Pura Madre” y a partir de él, un stand up comedy: “Soy de Pura Madre, el monólogo”, estar en esa producción era sin duda una gran oportunidad. El susto caminó conmigo de regreso a casa, mi amiga me dijo que Ana María me llamaría esa noche, efectivamente así fue y, tengo que ser honesta, me emocione cual fan; sin embargo necesitaba mantener la dignidad a toda costa. Ella, natural y amable, me saludó como si nos conociéramos de toda la vida... y en cierta forma sí, porque he sido parte de su audiencia. Su vida ha sido una referencia que sintonicé por años en las telenovelas, en la radio y por las redes en mi país.
Quedamos en vernos en su casa para hablar de los detalles, horas de ensayo y demás puntos a tratar, su amabilidad me dio la bienvenida a su casa. Su pequeña perrita ladró y luego su mamá y su hija se presentaron con amabilidad.
Su casa está tomada por el orden y la limpieza, los zapatos se quedan en la puerta. Durante las pautas y los ensayos nos acompañó un té de cola de caballo que decidí era mi preferido. Ensayamos. Mientras su celular no paraba de sonar orquestaba su producción, su texto, los detalles técnicos, los juegos de su hija. Entre pausa y pausa lanzaba un chiste con sabor a ironía que me hacia indudablemente reír.
Lo que no nos hizo reír fue que solo nos permitieron ver y entrar en la sala el mismo día martes a las 10 am. Ahí nos cayó una locha del tamaño de Madrid, hacer la música, las luces, colocar los videos y la luz de sala… todo estaba peligrosamente a distancia y la única que podía maniobrar todo eso era yo, porque yo era la única que había ensayado la pieza con Ana María. Ana María me miró: «Puedes hacerlo, Karli» —Sí, claro, solo tengo que ensayar todo —repliqué, pensando que tal vez lo iba hacer muy mal y tendría que pedir asilo en Francia.
Generalmente siempre le he huido a este tipo de trabajo de producción, la labor de iluminación y música es un trabajo que implica ciertas acciones mecánicas y mucha concentración, justo lo que yo creo que me falta; pero ahí estaba yo, me había metido en ese paquete y con una figura importante de la diáspora venezolana, además que vergüenza—pensaba yo— que la amiga que me recomendó para ser camarera fue la misma que me recomendó para esto y que en mis nuevos oficios de camarera haya resultado victoriosa y en este no. El dicho de «como productora es buena camarera» me iba a perseguir el resto de mi existencia.
En la cabina estaba mi amiga de apoyo, el director técnico de director y Coach y Ana María en el escenario, nerviosa y de mal humor. Los ensayos salieron caóticos, en cada uno descubría alguna cosa que no tomé en cuenta en el anterior, todo el mundo me decía algo «#TienesQueEstarPendiente porque si no lo lanzas aquí la pantalla no prende, aquí es donde muteas, cuidado con el volumen, la luz y la música aquí son al mismo tiempo».
Quería morir, que me tragara la tierra, ya estaba buscando en google «Embajada de Francia». El último ensayo fue a las 7pm, Ana María me lanzaba los pies y yo no los ponchaba, me caía con ellos. Estaba fuera de control, fue tanta la tensión que abandonó el escenario antes de terminar. Faltaba una hora y media para el estreno. El fracaso me miraba fijamente a los ojos.
Cuando todos se fueron, me detuve, me fui al baño, me encerré en un cubículo y medité a mi manera. Es lo mismo que actuar— Me decía mentalmente— sentido común, estar viva. Ya has ensayado la música, es estar viva, solo busca aquello que de verdad crees que no puedes hacer o en donde la dispersión puede vencerte. Es como actuar, Karlina, tienes que estar viva… tienes que tener sentido común. Salí de nuevo a mi escenario, que esta vez era la consola. Vamos a ensayarlo sin Ana por favor— le dije al director técnico— efectivamente lo hicimos. Al terminar el ensayo, fui a camerino, me acerqué a Ana María y le dije: «Todo va salir bien. Te lo prometo» mientras se maquillaba me dijo: «Confío en ti Karli, confío en ti».
«Ponchar» la música y las luces en un show puede, si lo vez desde un sentido práctico, ser algo sencillo. Se trata de darle play en el momento justo donde está marcado, pero como la vida está hecha de esas simplezas, un error en la luz o en la música puede destrozarte un show. Si la música es triste pero te equivocaste y pusiste la siguiente que era un joropo, créeme que no querrás vivir más, ni mucho menos quien está en el escenario. El público será un tiburón de comentarios dispuesto a triturarte poco a poco.
Las cartas estaban echadas. Tenía a un lado la consola de iluminación, le seguía la computadora de Ana María desde donde se ponchaba la música y los videos, luego la consola de sonido y finalmente mi computadora donde estaba el guion. Arriba de mi estaba el botón para que la pantalla subiera o bajara, a mi izquierda el botón de la luz de sala y cerca el control (mando) del retroproyector.
El primer video daba comienzo al show y al vértigo de todo el proceso, la primera música no llegué a poncharla sin embargo me di cuenta ahí mismo que fue un error atinado: el aplauso era la música y Ana María salió regia y hermosa; el termino de «Tener el corazón en la boca» tomaba fuerza, sentía que mi corazón latía tan fuerte que se iba a meter en el show, las manos me temblaban, sin embargo pude surfear el mal del pánico y lentamente fui como una Dj tocando los botones justos en el momento correcto hasta cerrar con los aplausos de 310 personas que esperaban eufóricos a Ana María. Me sentí satisfecha de lo que hice, sobre todo porque implicó un reto personal, fue tumbar mis propias limitaciones. Al salir Ana María me dio las gracias y me felicitó confirmándome que era parte de su equipo para esta o las producciones que siguieran. Yo agradecí no tener que volver a pedir asilo en otro país y darle luz a una mujer que siempre ha brillado.
Cuando salí del teatro, cansada pero satisfecha, me di cuenta de que la acera donde contesté la llamada para hacer este trabajo era la acera del Pequeño Teatro Gran Vía, el mismo teatro donde Ana María tiene el show, solo que esa noche estaba de espalda a la puerta y esta vez venia saliendo de ella.
Black Out (música final alegre).
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