DESENCUENTRO
Espero el ascensor en un edificio cualquiera; se abre y está
una mujer, me mira y se sonroja, intenta ocultar su risa nerviosa, baja la
cara, espera unos segundos y dice sin mirarme:
“Ay, creo que ya el montón de niños se van a montar”. Insiste en ocultar la risa nerviosa, se suena los dedos, la observo: tiene los labios rojos, unos hermosos labios pintados de rojo, un jean, una camisa roja y un cabello negro y lacio que cae sensualmente hasta sus hombros.
“Ay, creo que ya el montón de niños se van a montar”. Insiste en ocultar la risa nerviosa, se suena los dedos, la observo: tiene los labios rojos, unos hermosos labios pintados de rojo, un jean, una camisa roja y un cabello negro y lacio que cae sensualmente hasta sus hombros.
“¿Aquí hay un colegio?”, digo serena, buscándole los ojos.
“No, una cosa ahí de tareas dirigidas”. Intenta mirarme otra vez. Lo hace y,
velozmente, vuelve a bajar la cara. Se abre el ascensor, caminamos hacia la
puerta.
“Es que son muchos, a veces se daña el ascensor y son ellos,
muy traviesos esos niños”. Llegamos a la puerta, salimos, es bella pienso. Sus
labios perfectamente pintados de rojo también lo son, “sí. Imagino que son
traviesos” respondo y sigo. Ella se queda en la entrada. Voy prendiendo la
moto, ella está de espaldas, es delgada, es hermosa, seguro es bisexual pienso,
seguro tiene una historia con alguien, seguro tiene algún trastorno, seguro mis
prejuicios son muchos o llevo a cuestas muchas historias.
Me pongo el casco, prendo la moto, espero a que me mire, se
que va a voltear, voltea, me sonríe dispuesta, le sonrió lejana. Me despido de
ella en silencio y de la oportunidad que acabo de dejar ir, porque ella era
hermosa; pero yo estoy muy cansada y, por ahora, no quiero volver empezar.
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