LA MUÑECA
I
Ella, que a partir de este momento llamaremos muñeca, se
enamoró como toda mujer buena de una mujer mala. Toda mujer buena debe tener al
menos una historia muy triste y muñeca no es la excepción. Se enamoró de una
mujer que, a partir de este momento, llamaremos la buhonera; entonces, este
amor lésbico y conflictivo tiene sus escenarios en los estadios, eventos y
conciertos.
La muñeca en su amor errado, acompañaba a la buhonera a
vender chucherías en los conciertos. Enamorada de lo emprendedora que ella podía
ser, la seguía a todas partes. La buhonera era alta como una torre de parque
central y fría como una nevera en la luna; la muñeca, pequeñita y vulnerable,
caminaba orgullosa con ella; cabalgando en su carretilla de caballos de
cauchos, que en vez de flores llevaban cocosetes y bolibomba en cajas. Cambió
sus guantes de seda por unos de obrero y dejó los vestidos colgados por un jean
y un arnés, ella lo prefería así; dejar de ser ella para estar junto a su amor.
En los conciertos más grandes había otra mujer que a partir de este momento
llamaremos jueves y que en el trascurso del tiempo notarán la razón de su
nombre. Jueves era una mujer bajita y malhumorada, guapa pero inadmisible.
Pocas veces se comunicaba, simplemente corría, mandaba, solucionaba, regañaba
con determinación y cada vez que le hablaba a la muñeca era por el mismo
delito:
—¡Hasta cuándo debo decirle que ponga la lista de precios a
los productos, no podemos ser irresponsables con el consumidor!
—Sí… ya lo ponemos— decía la muñeca, temerosa, discreta e
intentando asomar una sonrisa conciliadora para jueves, pero esta; implacable y
siempre apurada no la miraba. La verdad, ella no miraba a nadie, era como una
máquina para solucionar problemas de producción; un militar dando órdenes sin tacto
ni calidez. Así pasaron un par de años, la muñeca cada vez que llegaba a un
concierto intentaba una nueva forma de saludar a jueves soñando a veces que
ella en un sorpresivo gesto de cariño la apartaba de la buhonera y se la
llevaba en su bolso, ese bolso que usaba siempre, de donde sacaba morropac,
marcadores, bolígrafos, soluciones, ímpetu, carácter.
A la muñeca poco a poco se le fue agotando el amor por la
buhonera que la apartaba de sus tacones, de su esencia; mientras a jueves
también se le agotaba el amor por el trabajo. Ambas con un cansancio a cuestas
decidieron, por separado pero al mismo tiempo, renunciar.
La muñeca le renunció al amor indiferente, gris y maltrecho
de su indiferente buhonera, dejó la carretilla y los doritos, dejó los campos y
los estadios tras ver a su amada besando otra boca en su propia cama.
Por su lado jueves, cansada, también dejó su bolso y su
estrés constante. Le renunció a la rentabilidad, al poder, a la rabia… y sin
bolso ni trabajo decidió descansar, aunque triste, como si hubiese dejado un
amor. El día que se fue de la compañía decidió caminar y por la acera de
enfrente lloraba la muñeca tras la traición de su ex novia infiel, ambas
caminaban tristes por calles distintas, pero hacia la misma dirección: la plaza
Altamira.
Allí cada una se sentó con su melancolía en un banco,
mirando el obelisco… como perdidas sin saber a dónde ir. Muñeca con las
lágrimas en el rostro; jueves con las lágrimas contenidas. Ambas dejaron que la
noche llegara, cada una en su banco, cada una con su tristeza.
Cuando muñeca volvió a su casa se aferró a su perrita luna,
jueves a su almohada; acostada del lado izquierdo de su cama y muñeca del lado
derecho de la suya.
Al amanecer, muñeca se despertó hinchada de tanto llorar los
embates del engaño, desayunó un cigarro y prendió el televisor.
Jueves miró su clóset con temor a abrirlo y encontrar
aquella caja que olvidó y dejó por el bolso repleto de morropac, bolígrafos y
soluciones; respiraba, sentía la culpa de haber dejado al bufón atorado en los
ganchos, en cajas que nadie ve; la ahogaba la duda de no poder volver a las tablas,
al teatro, a la calle… la atormentaba noche tras noche, hasta que su duende
interno, de tanto entristecer sin sueño, gritó por dentro y espantó el miedo de
jueves y, lentamente, ella fue hasta su clóset… así, como abriendo un telón,
abrió la caja y después de casi tres años tocó de nuevo su nariz roja y su
traje colorido. Una sonrisa parecida a la esperanza salió de ella. Con temor
tomó la nariz, fue hasta el espejo y se la puso; se miró, lloró, río.
Reviviendo lo que fue y dejó por dinero. Ese lunes amaneció más despierta que
nunca y recuperó su sueño, aunque no pudo dormir.
Muñeca, por su parte, no quería salir de su casa, le pesaban
los pedazos rotos de su corazón; no dejaba de fumar, de beber, de llorar. Su
casa inmensa se volvió más grande. Cada esquina estaba húmeda de tanto dolor y
en el entretelón del silencio y el llanto; en su clóset vio de nuevo su fila
empolvada de tacones, tacones que durante tres años olvidó porque a la buhonera
no le gustaba que ella se vistiese femenino, que se viera coqueta, que fuera
ella. Miró todas sus prendas, el maquillaje que desde hace mucho no usaba por
complaciente.
Días y días largos pasaron y muñeca veía su fila de tacones
hasta una mañana en la que el sol más insistente en su optimismo de lunes; hizo
que muñeca se mirara al espejo y, lentamente, como una actriz cuando empieza su
maquillaje en camerino, empezó el ritual de pintarse el rostro: cerró los ojos,
bañó su cara con agua tibia evaporando un poco su tristeza, la secó, digna.
Empezó con la base, el tapa ojeras y el tapa dolor, eligió vestirse de rosado
porque quería vestirse de dulzura. Mientras delineaba sus ojos, empezaba a
recuperar sus fuerzas, sus ganas… y una leve sonrisa esperanzadora apareció de
pronto como el elemento inesperado de su maquillaje.
Puso rubor en sus cachetes
de muñeca, rizó sus pestañas, secó su cabello y un hermoso vestido acompañado de
un par de tacones la sellaron en el regreso a ella misma.
Ese lunes Caracas parió a dos mujeres distintas, una con una
nariz de payaso y la alegría como carta de presentación y otra que caminaba en
ese piso cinco al compás de sus tacones rosa por la plaza, frente al edificio.
II
A la hora del almuerzo muñeca bajó con sus compañeros de
trabajo, deleitándolos con su belleza recién recuperada y su humor de chica
citadina; se sentía ligera, amena, mujer. Conversó, sonreía y al fumarse un
cigarro en compañía de sus amigos, la interrumpió un bullicio, un ejército de
risas. La curiosidad los llamó y se dieron cuenta de la presentación de una
payasa con un humor inteligente y sarcástico, dispuesta a llevarse la atención
y los aplausos del público. Tanto muñeca como sus compañeros fueron cómplices
y, de inmediato, se dejaron conmover por el atinado humor de esta particular
comediante. En medio del acto jueves y muñeca cruzaban miradas y una hermosa
carcajada ronca es disparada por muñeca y su picardía. La mirada fue tan
diligente para el coqueteo de ambas, que cada día a la hora del almuerzo ellas
dos tenían una cita tacita y rutinaria.
Se miraban siempre, cada día más cerca pero no se
reconocían, muñeca siempre estaba maquillada, muy bien vestida, entaconada,
toda una ejecutiva… nada quedaba de esa menuda chica detrás de una carretilla y
jueves, en personaje, animada y promoviendo sonrisas; tampoco se podía asociar
con aquella muchacha con el bolso y el mal humor producto de cazar en la
buhonera y en el resto de las concesiones trampas y errores.
Jueves no paraba de pensarla, aquella inquietante ejecutiva
se había convertido en una imagen recurrente y deliciosa en su mente, quería
arriesgarse a conocerla, pero esa gerente hermosa que parecía una muñeca se
perdía rápidamente a las 2:00 pm.
Una química tímida sucedía entre ellas y crecía como crecen
las flores: lentas y sin que nadie lo notase.
Jueves al finalizar su nueva rutina laboral, llegaba a su
habitación cansada. Ella vivía alquilada en una habitación en Chacao, se mudó
de muy joven tras adivinar el destino que tendría su sexualidad y el efecto que
traería en sus muy católicos y conservadores padres. En ese cuarto había dos
paredes emblemáticas, en una tenía la colección de credenciales, brazaletes,
fotos de su trabajo como productora y enfrente de esa otra pared, pero vacía,
donde guindaba su traje y su nariz; lo demás era esperanza. Sus finanzas poco a
poco declinaban, aunque había ahorrado lo suficiente sabía que había dejado la
fuente mayor de dinero y que lo que más amaba en la vida que era ser
comediante, no le daría para cubrir sus gastos.
Se sentaba en la cama a pensar;
pero cada vez que recordaba a la gente, los aplausos y la risa ronca de muñeca
la esperanza volvía y entonces cenaba su comida preferida: arroz a la cubana.
La muñeca también vivía en Chacao pero ella era quien
alquilaba las habitaciones, en una quinta inmensa. Era una quinta triste, la
muerte se fue llevando a sus padres, abuelos y hermanos, uno a uno sin avisar y
la casa se volvía más grande. Había heridas incorregibles en las paredes y el
engaño de la buhonera aún aparecía entre sombras. Las voces de sus inquilinos
ahuyentaban las lágrimas regadas en las esquinas; le daban luz, compañía y
dinero.
La muñeca al entrar en su habitación se quitaba los tacones,
el vestido, se bañaba y luego la soledad se iba tras las caricias y miradas que
su perrita luna le daba. Mientras cocinaba su arroz a la cubana prendía la tv y
recordaba a la comediante; venía entonces la esperanza. Soñaba con que ella se
acercaba, con que al fin se conocían y se lograban en esa imaginación femenina
que vuela como los halcones, que se esmera y se agita por un pequeño gesto.
Entre tantos días que se convirtieron en meses, en una
presentación jueves no escuchó la risa ronca, trató al finalizar el acting de
mirar y ver si muñeca estaba allí pero no, no había ido. Una tristeza chiquita
empañó a jueves que tuvo el miedo de pensar que al siguiente día pasaría lo
mismo, y así fue. Extrañando ese aplauso ronco y esa mirada siempre al final
del espectáculo, después de una semana de no saber de muñeca se armó de valor y
entró al edificio.
Cuando entró la recepcionista la recibió con mucha alegría,
ella explicó y describió a muñeca y la recepcionista le indicó el piso y el
pasillo donde trabajaba.
Jueves, vestida de payasa, llegó hasta el pasillo y los
demás trabajadores del departamento que también la saludaban con especial
cariño, como se saluda a un artista al que le agradeces la risa, le dijeron que
muñeca estaba enferma, que estaba de reposo. Ella insistió en dejarle un
presente en la oficina y entró.
La oficina de muñeca era grande, había una foto de ella con
sus padres ya fallecidos, una laptop pequeña y de última generación, gavetas
que guardaban presupuestos, propuestas y secretos.
Jueves se sentó enfrente como imaginando que ella estaba
ahí, colocó el origami de un árbol y la nariz de payaso; eran su forma de rosas
con una nota: “el pacto sin decir era que yo pusiera la nariz, pero tu pusieras
la risa”
Así, insistió en ir todos los días a llenar el ramo y todos
los días dejaba una nariz hasta que al árbol de origami sólo le faltó una,
justo cuando la colocaría un compañero de trabajo de muñeca se acercó:
— ¿Por qué no vas a visitarla a la clínica? Esta es esta
dirección…
Pasaron dos semanas hasta que jueves decidió, como todo una
payasa de hospital, irse a la clínica con su vestuario, un globo y la nariz en
el bolsillo.
Llegó nerviosa, llegó feliz. Quería conocer a su risa ronca
y cuando pudo llegar a su habitación estaba muñeca besándose con su doctora,
era la doctora miércoles quien atravesada en el perfecto momento vio los
encantos de muñeca y no dudo en cortejarla. Jueves decidió no entrar, caminó
como un payaso triste por los pasillos de esa clínica. El tiempo que se tomó
para dejar las narices en el árbol de origami en la oficina de muñeca, había
sido el mismo tiempo que la doctora miércoles y muñeca se habían dado para
conocerse y aproximarse en la coincidencia de una emergencia médica.
Jueves al salir soltó el globo de helio en el pasillo que
quedó atorado en el techo; como atorados se quedaron las ganas de jueves y su
penoso a destiempo.
Así, caminó de vuelta a la plaza Altamira, su plaza
preferida para llorar o soñar. Contempló de nuevo el obelisco como pidiéndole
tregua y la absolución de su soledad, mientras muñeca pasaba en carro, ya de
alta con su doctora miércoles mirando al mismo tiempo la luz del obelisco; esta
vez para dar gracias por su recuperación y por tener al lado a una buena mujer.
Cuando llegó a la oficina miró el origami, ese árbol de
papel con flores de nariz de payaso que había dejado jueves y al que le seguía
faltando una rosa. La conmoción no vaciló en aparecer; una mezcla de ternura,
decepción y cariño se asomaron mientras leía los detalles que día a día le
había dejado jueves.
—Vino todos los días desde que se enteró de que estabas
enferma
—Que belleza de detalle, yo también quería conocerla pero…
— ¿No fue a visitarte? yo el viernes le di la dirección,
pensé que había ido, mencionó incluso que te regalaría un globo…
—No, ya va… sí, yo vi un globo de helio pegado al techo,
quizás fue, pero me vería con…
La muñeca espero la hora del almuerzo con hambre de conocer
a jueves. Como a las 12:30 pm, después de salir de una reunión con todos los
inmensos pendientes, corrió con sus tacones y su belleza a la plaza de siempre
para ver a jueves, pero esta ya no estaba ahí.
— ¿Qué pasó con la comediante de aquí?
—Nosotros también estábamos esperándola, pero nos dijeron que
se mudó de plaza, que ya no vendrá por aquí.
Muñeca se fue triste, con una ansiedad embarcada. Quería
conocerla, quería saber quién estaba detrás del vestuario y ese talento enorme
para promover sonrisas. Se quedó con el árbol de papel y cada vez que llegaba
la hora del almuerzo lo sacaba como tratando de invocar a jueves.
III
Días que se hicieron meses, meses en los que el noviazgo
entre muñeca y miércoles se fortalecía, mientras jueves incubaba un proyecto
teatral para presentarlo en el municipal. Lucía animada como comediante y
resignada como mujer, pero con muñeca aún en la mente; así ensayaba, así bebía
con sus amigos actores, así iba a las entrevistas de tv y radio promocionando
su obra, en una de esas entrevistas muñeca reconoció a jueves y se dio cuenta
que esa mujer regañona de los conciertos era la misma que con la ternura en las
manos le regaló el origami más hermoso y los almuerzos más divertidos del
mundo.
—No puede ser que sea ella, ¡Dios santo!
Inmediatamente trató de anotar el teléfono y al marcar los
números para grabarlo se dio cuenta que lo tenía como “productora amargada”.
Río a carcajadas.
—Mi amor que ocurre, ¿te me estas volviendo loca?
Muñeca sintió temor de responder, no quería comentarle a
miércoles lo del ramo ni todo eso que sentía, pero que no tenía nombre.
—Nada mi amor, es que la tipa de la obra… pensé que era
otra.
La noche fue una ironía que no la dejaba dormir, se despertó
inquieta, quería llamar a su dos veces jueves, dos veces le había llamado la
atención esa mujer; así que al llegar a la oficina no dudo en desayunar con el
teléfono en mano.
—Aló, buen día por favor con jueves.
—Sí soy yo, ¿de parte?
—Bueno, empecemos por el final, Muñeca la dueña del origami
o ramo de nariz de payaso como quieras decirle.
—Muñeca, ¿cómo estás?
—Bueno ya mejor, gracias por el regalo y las risas.
—Gracias a ti por los aplausos y la risa ronca. Falta una
nariz en tu ramo.
—Si lo sé.
El pin y sus submundos fue un nicho ideal para seguirse,
intimar sin culpa y volverse ambas adictas a los nombres en “BB” en negrillas;
de ver el bombillito rojo como una pequeña ambulancia que ruidosa y apurada
lleva, en vez de heridos, mensajes que alebrestan y entretienen, intimidan o
emocionan.
Ciertas culpas rondaban a muñeca cada vez que finalizaba las
conversaciones por pin, voice mail, teléfono, correo; conversaciones que cada
día se hacían más largas. Madrugadas deliciosas de tertulias, risas, mensajes
de voz; impulso incontrolable y culposo. Muñeca quería a miércoles, pero
jueves, tan inoportuna y divertida estaba ahí. En el fondo quería conocerla;
pero en su cabeza brillaba severa la palabra infidelidad, como un letrero
inmenso al que había que hacerle caso. La necesidad de seguir en contacto con
jueves era más fuerte, total sólo eran “amigas” y la mensajería y las llamadas
eran lo único que las liaba.
Hasta un día en el que jueves luego de haber discutido con
la que le alquilaba la habitación por un desencuentro monetario decidió no
dormir esa noche ahí, desembocó por petición de la muñeca en su casa y ahí, en
ese inmenso patio trasero de la casa de muñeca. Después de tantos meses, de
tantos encuentros lejanos y cercanos al mismo tiempo, se miraron muy cerca:
—Muñeca.
—Dos veces jueves— replicó muñeca— ¿Qué pasó con la señora
que te alquila la habitación?
Esa fue la pregunta que comenzó la noche, un par de cervezas
cada cuanto, una luna inmensa; farol natural del encuentro y un nerviosismo
atragantado en cada frase. Muñeca pensaba que tenía las mismas ganas de besarla
que de no engañar a su novia. Jueves tenía las mismas ganas de besarla que
miedo a una negativa. Cada vez que muñeca soltaba una carcajada a jueves le
venían las ganas de besarla, de olerla más cerca, de quedarse en un abrazo,
confesiones, risas. Y esa cosquillita en el alma que la hacía sentir plena, a
gusto y con la mujer adecuada.
En medio de tanto sucedió entre ellas un silencio, muñeca no
quería mirarla a los ojos, miraba la cerveza que tenía en la mano y jueves la
miraba a ella esperando que esta volteara. Muñeca sabía que si volteaba la
mirada estaría directo en sus labios, ambas con el miedo del gusto saboteando.
Se arriesgaron, y ahí en ese patio frío se calentaron sus bocas. Muñeca metió
sus manos en el cuello de jueves, jueves metió su lengua en la boca de muñeca.
La culpa se quedó dormida por un rato, mientras el calor y las ganas nadaban
entre ellas, un abrazo confirmó la delicia de un beso dado en el momento justo
y con el sabor esperado.
—Voy por dos cervezas, estas se calentaron— dijo muñeca con
una sonrisa cálida y picara en su boca.
Jueves tenía una de sus narices de payaso en el bolsillo y
quería entregársela para completar el origami, así que decidió esperar a que
muñeca regresara de buscar las cervezas, pero empezaba a tardar; así que
jueves, extrañada, empezó a buscarla por toda la casa y muñeca no aparecía.
Mientras escuchaba:
—Jueves, jueves,…Jefa despierte ¡despierte! que ya
desmontamos.
— ¿Qué? Estoy en un concierto… ¿y muñeca?, debo entregarle
la nariz de payaso.
— ¿Qué? No entiendo jefa, mire, si se refiere a muñeca la de
las chucherías, está allá, donde están los toldos. Jefa, jefa… pero no corra.
Jueves corrió desesperadamente al kiosco donde estaba
muñeca. Ella estaba ahí, durmiendo con su vestido rosa y sus tacones.
— ¡Muñeca, despierta! ¡Muñeca, despierta!
— ¿Qué?
— Qué te despiertes mija, que ya llegamos. Te he dicho que
no duermas en la camioneta porque llegas al campo despistada y mira que vamos
tarde. Ya jueves debe estar molesta ¿Metiste la lista de precios?
— Jueves, ¿dónde está jueves Dios mío?
— Si, asústate porque ahí viene uno de sus séquitos.
— Chamo que más, mira se nos hizo tarde; pero tranquilo, que
tú sabes que las chucherías se cargan rápido y ya muñeca va a montar la lista
de precios. Jueves debe estar molesta ¿verdad?
— No, les venía a avisar que ya jueves no trabaja con
nosotros.
— ¿Qué?, pero, ¿cómo? No entiendo; yo necesitaba hablar con
ella urgentemente.
—No muñeca, ella renunció, nadie sabe nada de ella. Incluso
el teléfono sale apagado, así que tus zapatos deportivos hoy no te van a servir
de nada porque ya no habrá más corre- corre. La nueva gerente es mucho más
dócil, por cierto ahí vine, chicas les presento a la nueva productora.
— Chicas, no se asusten no vengo a tratarlas mal, vengo
ayudarlas en todo lo que necesiten.
— Viste. Yo les dije que ya los deportivos no van a ser
necesarios, vénganse hasta en tacones jajaja.
— Ja, bueno nada, mucho gusto.
— Mucho gusto, yo soy la de las chucherías.
— Ah… mucho gusto, ¿y tú? ¿Su socia imagino?
— Sí, mucho gusto. Muñeca.
— Un placer muñeca, mi nombre es miércoles.
FIN
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