EL METRO
Un hombre cansado, como la paciencia de un sueldo mínimo,
duerme de estación en estación.
Una mujer y su hijo: ella lleva prótesis porque le falta una
pierna; el niño tiene los dientes repletos de caos.
Un hombre ebrio cuenta unos pocos billetes de cien, como
quien hace inventario de una ruptura.
Una madre; pobre y delgada, sacándole los piojos a su hija
(también pobre y delgada)… se apoyan en su escasez.
El hombre ebrio coquetea con la mujer que no tiene una
pierna.
La mujer, a quien le falta la pierna, ríe como si el hombre
ebrio fuese un príncipe.
El niño de los dientes repletos de caos se hace cómplice.
Ahora ríen los tres.
La mujer de la prótesis se sonroja; es bonita, pero le falta
la pierna.
El hombre ebrio es marrón, como esas cosas feas que son
marrones.
El niño con los dientes repletos de caos tiene la ropa
sucia.
La madre pobre y delgada abraza a su hija, también pobre y
delgada. Parece que tienen hambre y sólo comen amor.
Las estaciones siguen con indiferencia; el caballero
dormido, su cansancio y su sueldo también.
El hombre ebrio sigue agitado y contento, la mujer sin
pierna baja la cara cuando le toca bajarse.
El niño con los dientes repletos de caos se levanta y se
despide del hombre ebrio.
La mujer y su prótesis se levantan. Ella va lenta, triste,
sin mirar a su príncipe borracho.
Su príncipe ebrio ya no le presta atención.
Ella se despide con la tristeza resignada de quien no tiene
una pierna y le sobran complejos…
El ebrio vuelve a mirar los billet.es; le queda lo justo para
tocar fondo.
La madre pobre y delgada y su hija pobre y delgada se toman
de la mano. Se bajan con un amor curtido, pero millonario, en la siguiente
estación.
Estoy sola.
Nadie a quien observar.
Entro en pánico y cierro los ojos… para no mirarme
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