I Cuando llegaban las vacaciones y mi mamá nos decía que nos dejaría un mes en casa de “su tía, la de la playa” era como si nos dijera que nos dejarían un mes en Disneylandia; porque ir en mi infancia donde mi tía, era ir a La Guaira, jugar con nuestra prima Yuri. Mi prima era hiperactiva, dinámica… inventaba para mí, los mejores juegos. Tenía el cabello largo, los ojos saltones y la risa siempre urgente. Ir a donde mi tía era también comer mamones, pescado, caminar descalza por la lluvia, vivir en traje de baño, comer empanadas frente al mar; jugar era el verbo de todos los días. Mi tía era hermana de mi papá y, por lo que contaban los adultos, (esos rumores que recuerdas con la cabeza mirando hacia arriba), era la más querida por él y aunque mi tía y mi mamá no se querían mucho, mantenían el contacto protocolar por respeto y por nosotras. Mi tía era una mujer robusta, negra, alta, de una mirada que pocos la podían mantener. Hacía empanadas, cocía ropa y sarcasmos;
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