MAGALY, EL PERSONAJE
MUJERES QUE ME INSPIRAN
CAPITULO I: MI MAMÁ
El amor entre una madre y una hija pasa por varios procesos,
sabemos que cuando somos pequeñas dependeremos en un cien por ciento de
nuestras madres hasta que ese porcentaje va bajando paulatinamente mientras va
incrementando nuestra edad. En la adolescencia, nosotras tras la odisea de
buscar nuestra propia identidad y ellas en su afán de protegernos, nos volvemos
adversarias; pero cuando al fin uno alcanza la edad adulta y ellas han pasado
la menopausia, sucede una calma, una pausa en las batallas y poco a poco te vas
dando cuenta de quién es tu mamá— no como mamá, sino como ser humano— así
comenzó mi fase de observación para descubrir a Magaly, el personaje:
Magaly es una mujer de 63 años, bajita como una princesa,
calza 34, mide 1.49. Tiene un cabello liso por donde se desliza cualquier peine
sin contratiempos, colecciona cremas que revitalizan su piel y sus cachetes
después de tanta costumbre insisten siempre en oler a colorete, Magaly es de
signo virgo, graduada de profesora de literatura y de preescolar, con varias
especializaciones y magister.
Tiene una casi imperceptible joroba en la espalda
y una amiga siempre le decía que es de “tantas medallas y tanto cargar libros”.
Magaly es ordenada como una militar, culta como una profesora de su nivel debe
estarlo. No ejerció la literatura en la docencia; pues los niños, el foami, las
camisitas rojas, las manos pequeñitas, piallet, y la plastilina, le ganaron a
Cervantes, Piedra de Mar y al montón de adolescentes a quien debería explicarle
sobre ellos.
Siempre ha vivido rodeada de niños, observándolos,
queriéndolos, educándolos; Magaly en el aula era una observadora aguda que
solía detectar enfermedades mentales, psicomotoras, abandonos familiares,
maltrato infantil, entre otras cosas. Era una artista haciendo carteleras,
haciendo recuerdos para los padres, su impresionante culto al detalle la llevo
siempre a superar el resto de los salones; Magaly también era tirana con el
horario, no cabían impuntualidades cuando le tocaban la puerta; todos corrían,
porque sabían que de pasarse la hora ni aun siendo familiar de ella les dejaría
entrar porque “las reglas son las reglas” y he aquí otras de sus pasiones: las
normas, el deber ser. Ama la correcta constitución de las cosas, ama lo
cuadriculado, lo exacto, la simetría.
Magaly se paseó por varios preescolares teniendo en varios
de ellos discrepancias con la máxima autoridad: la directora, siendo Magaly
líder y vanguardista dispuesta siempre a preguntar como un niño “y por qué”.
Más de una quiso silenciar sus argumentos pero en ocasiones las directoras
podían tener mayor autoridad, pero no mayor conocimiento y resumidas e
incómodas buscaban la forma de hacerla emigrar dejando auxiliares,
representantes y niños deprimidos tras irse su maestra preferida.
Magaly también fue esposa, y quizás esa sea una de las
razones por las que tampoco ejerció la literatura, ¡para qué! si su historia de
amor lo era en vivo: Magaly, cuando tenía cinco años, conoció a un negrito
llamado Carlos; ese negrito vivía cerca de su casa y agarrados de mano iban
juntos al preescolar. Él se comía la merienda de ella, que eran sanduches con
jamón de pavo y ella la de él; que eran arepitas de chicharrón, entonces
crecieron y se hicieron novios… noviazgo en tiempos de Pérez Jiménez, el fue a prestar
servicio militar y ella se quedó para escribirle cartas de amor a escondidas
porque en la familia de Magaly no querían al negrito que, a parte de ser
negrito, era mujeriego y le gustaba la copa en exceso. Eso no evitó que a los
21 años y a escondidas se casaran y tuvieran un hijo. Un matrimonio en manos de
la juventud, la insensatez… el amor maltrecho, el amor intenso, el amor
imposible, el amor infiel donde Magaly también estreno su tercer estado civil:
divorciada, así que rota, vaga, pobre, desesperada y sin hallarse, termino
cayendo en una reclusión clínica. De allí salió meses después como ave fénix,
recuperada; pero el amor sembrado desde hace años los lía nuevamente y después
de cinco años Carlos y Magaly vuelven a casarse. En este segundo matrimonio dos
hijas.
Entonces mientras sacaba un postgrado criaba a dos niñas y a un
adolescente y toleraba los desniveles emocionales de un marido que se volvió
alcohólico y agresivo. Así, su vida, una aventura, una odisea, al ritmo de
escuelas, citaciones a representantes, trasnochos, agresiones, medallas,
cuentas bancarias gordas y delgadas conoció un nuevo estado civil: la viudez,
su esposo muere en manos del alcohol y un accidente automovilístico,
triplicando sus esfuerzos para atender ahora a dos adolescentes y un hijo
adulto que repetía patrones del padre; sumando a esto el sin sabor de una
menopausia cargada de soledad, cuestionamiento, medallas y otros tantos
postgrados.
Siendo la felicidad una coma entre momento y momento;
debatiéndose entre el eterno dilema de “dejar ser a los hijos” e “impartirle
normas” mientras la palabra MUJER quedaba rezagada, atorada entre aventuras que
no terminaban nunca de superar ese nombre que, malo, bueno, fenecido, siempre
estaría a la sombra de un comienzo: CARLOS “EL NEGRITO”.
Magaly continuó con su vida, supero la muerte de su esposo,
aunque antes de su muerte el amor ya no dormía con ellos, la costumbre y los
recuerdos los buenos y malos de una vida juntos de vez en cuando se asomaban.
El tiempo— siempre favorable— pasó, y con ello el
crecimiento de sus hijos y la tan anhelada jubilación. Pero Magaly no perdió la
costumbre de despertar temprano, se encontró con una casa inmensa; con un reloj
gordo y con un ocaso lento y tres hijos llevando sus vidas sin su auxilio.
Magaly se sintió triste “¿Ya no soy útil?” se preguntaba en silencio, Empezó a
limpiar la casa más veces de las necesarias, leyó libros ya leídos, entristecía
en su café de las seis. Cada día era uno más triste, hasta que un día caminando
vio un montón de personas de su edad haciendo ejercicios, ávida y curiosa se
acercó y era un club de abuelos. Eran clases dictadas por profesores cubanos,
empezó silenciosa acompañada de una vecina.
Entonces Magaly volvió al ruedo
porque empezó a proponer cosas. Al club de abuelos por idea de Magaly se le
puso el nombre: “Club de abuelos Los Vencedores de La Veguita” entonces, por
idea de Magaly, el club tuvo uniforme, horarios, coordinadores, cuenta
bancaria, sede, tardes poéticas, tardes literarias, encuentros con otros clubes
y su casa era sucursal de la transculturación y polarización política Venezuela
- Cuba, Magaly en desacuerdo con el socialismo implantado, polemizada con sus
amigos cubanos y otros, más que amigos, sobre sus creencias políticas.
Después de dos años ya no hay decisión tomada sin el
consentimiento de Magaly. Los abuelitos llegan temprano y en ocasiones Magaly
les enseñaba canciones. En celebraciones les hace recuerditos, siempre con su
fiel amigo el foami. Magaly se reinventó y cambió las aulas por la cancha de su
comunidad y cambio niños por abuelos. Se despierta ahora a las 7am, monta su
café matutino y se va y se distrae. En el fondo se va a educar otra vez y
regresa a su casa con una idea distinta, siempre progresista y vuelve a su casa
para tomar la siesta vespertina de la tercera edad.
Llama a sus hijos, les hace
el almuerzo, visita a los hijos de sus hermanas; porque, fallecida su madre, y
quedando Magaly como la mayor también hace las veces de abuela y se le ve en sus
cariños analizar a sus nietos putativos, “tan bello mi Josep; tiene buena
motricidad” porque Magaly lleva el preescolar en la mente, viaja con ella a
todas partes, toca la mano de una niña en el banco para cobrar su pensión y
luego exclama, “si, maneja muy bien las tijeras”, “aquel niño tiene un leve
retardo motor que puede afectar su aprendizaje”, mientras toma un café en un
centro comercial.
Magaly siempre es ordenada, tanto que limpia antes de que
venga la señora que limpia, para que no vea la casa tan sucia. Magaly no sabe
estar quieta, es un ser de rituales fijos, de crucigramas, de vida iracunda; es
un escándalo siempre, es una semilla ruidosa que germina su siembra porque
Magaly se reinventa, así es ella, Magaly: mi mamá.
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