5 MESES Y UN ADIOS
Fotografía: @davjvb/ @davidvila_foto
AEROPUERTO MADRID
El 10 de febrero toqué tierra española; el primer obstáculo fue que, como en el documental «Aeropuerto Madrid», fui enviada al «cuartico» donde
eres entrevistada. Allí un sello decidiría si me dejarían entrar a España o me devolverían a Venezuela. Yo sentía que, en lugar de quince días de ropa, en la maleta tenía 15 kilos de cocaína. La espera en el sillón para ser entrevistada por un policía fue como cuando te atracan y te colocan el arma en la
cabeza… y de pronto la vida entera se te pasa por la mente. (Como verán, he sido atracada con arma y me la han puesto en la cabeza).
Al entrar me entrevistó una mujer policía, y para mí siempre es más fácil empatizar con mujeres. Fue amable, me preguntó a qué venía
y le respondí que estaba allí porque soy escritora y se bautizaría un libro de crónicas que incluía uno de mis textos.
Era una danza de preguntas y respuestas, una línea estrecha entre no mentir y decir la verdad; un juego de empatías y preguntas ya preelaboradas capciosamente por ella y respuestas
premeditadas por mí. Sin embargo, aún y cuando soy potencialmente el rango fácil para determinar que me quedaría, la mujer policía me miró y me dijo: «Sigue escribiendo Karlina.
Bienvenida a España». No sé si sabía que me quedaría y me dejó entrar por piedad y carisma, o si mi labia y mi empatía la habían convencido… cuando desenvainó
su mano y no sus esposas para sellar ese papel, quería pedir el baño, gritar y devolverme; pero tenía que mantener la compostura, dejarle el papel firmado al policía en la taquilla (quien me detuvo
y me mando a la entrevista) y caminar normal, como una turista más y no como quien deja su vida entera detrás de ese papel.
LA BIENVENIDA
Al salir me recibió el invierno, una amiga y su novio, (M&P). Yo estaba eléctrica, hiperactiva, victoriosa de haber entrado a España. Ese día me llevaron
a Cerezo, un pueblito de Segovia donde el frío es descarado; había nieve, humo, y una cerveza artesanal que era la consentida de la casa por ser el emprendimiento familiar. Toqué la nieve, bebí
la cerveza y me alejé del humo. El novio de mi amiga, «P», fue el primer español que conocí y su familia en Cerezo las primeras con las que socialicé. Cuando ya el cansancio y la menstruación
y el frío de inverno (sí, ¿qué lindo no? Que la menstruación te venga en medio de un vuelo con destino a un país en invierno) se unieron para sabotearme la hiperactividad, llegamos a
casa un apartamento tipo estudio muy lindo en un piso 3, con una gata y un sofá cama que desde ese día serían una mi compañera y el otro mi habitación.
El sofá cama es muy cómodo, vecino de la cocina, y vivir con una mascota era una novedad quizás incómoda… sobre todo cuando se trepaba sin permiso muy cerca
de mí y me miraba por mucho tiempo a los ojos, o cuando por las noches sentía la mirada de Chichi observándome a pie de la cama mientras dormía. Sé que es una gata, pero llegué a sentir
que era un tigre. A veces una pesadilla (donde la gata no pintaba nada) me saboteaba el sueño. Soñaba que estaba de nuevo en Venezuela, que por cualquier excusa volvía, «¿Por qué volví?».
Me sentía terrible, desesperada en el sueño, «perdí el viaje, ya no podré salir de este infierno» y la mente racional durante la pesadilla decía «no vale, tiene que ser
un sueño… vamos despierta, despierta» y despertaba.
Cuando amanecía, y miraba la cocina, me confundía; por inercia buscaba el closet de mi hermana, o la ventanita que daba a la Redoma la India, porque en el cuarto de mi hermana
fue el lugar donde dormí los últimos días antes del viaje.
FEBRERO. EL MES DE CATARLO TODO
El primer mes todo es nuevo. Por ejemplo, el primer descubrimiento gastronómico fue que a los camarones aquí le dicen «gambas», que se come por cualquier excusa,
que las siestas por las tardes es un ritual sagrado. El novio de mi amiga, «P», un señor español de 65 años es compulsivo en dos cosas, primero en hablar de sí mismo desde el escándalo
y la supremacía y segundo, en la cocina. Me hizo un viaje culinario por los platos típicos de España hechos a pulso de su buen gusto, sentarse a comer en familia es algo que el español respeta.
Siempre con un vino y una gaseosa de compañía (refresco) modo tinto de verano, empezaron a celebrarse las cenas que era donde casi siempre coincidíamos los tres.
Otra novedad es el metro, un dragón inmenso que te traslada a cualquier rincón de Madrid, el 12 de febrero, día en que se bautizaría el libro «Siete Sellos»
de Gisela Kozac donde tuve el honor de participar como cronista; me tuve que ir en metro sola, de hecho, fui sola porque ni mi amiga ni nadie más podía ir. Me enfrenté al arsenal de letreros y paradas
que tiene ese gran transporte público y lo hice con éxito.
Otro debut fueron las calles hermosas de Madrid versus el frío de pisarlas, lidiar con el clima como un obstáculo era nuevo, siendo Caracas una eterna primavera. Aquí
el inverno es un lobo con unas garras muy frías dispuestas a clavarse en tu ánimo, y yo no estaba para quedarme en el sofá. Tenía que lidiar a diario para salir y no sucumbir a la necesidad de quedarme
a dormir todo el día. Hice todo el papeleo que hay que hacer para empadronarse (ir al ayuntamiento y decir dónde vives), buscar trabajo e ir visitando como espectadora los locales donde hacían comedia,
teatro, poesía. Necesitaba saber si el mundo era igual en todos lados, con algunas diferencias evolutivas y de lenguaje, pero efectivamente confirmé que los círculos artísticos están hechos
de lo mismo: de rondas donde tienes que ver en qué momento entras y bailas el son de las roscas y los espacios idóneos para ello. Y así hice, mi primera presentación fue como cómica en Vallecas,
necesitaba saber si mis chistes tenían permiso para entrar en el humor español y efectivamente los aplausos y las risas fueron el sello de bienvenida.
Como poeta conocí Poesía Slam Madrid, allí 12 poetas recitan en 3 minutos y el público elige. Yo había escuchado hablar de ellos en Venezuela, de la ganadora
en Barcelona. Estando todavía en Caracas me llegó un vídeo y me encanto, así que cuando fui me sorprendió la cantidad de gente que va a escuchar poesía y lo serio de las reglas del juego.
Confirmé que había emigrado al país correcto.
MARZO. REENCUENTROS
Marzo fue de training, el ejercicio de probar material de comedia, el ejercicio de salir en invierno a buscar trabajo y no conseguirlo, de salir porque sí. El ejercicio de tolerar
el humo en casa y fuera de él, en España se fuma mucho y la verdad nunca antes había sentido repulsión por el cigarro, pero se me volvió un enemigo nuevo; en casa o a donde fuera estaba el
cigarro. Por cierto, veo con mayor frecuencia que la gente hace su propio cigarro: agarran su montecito, su papelito, y hacen su enrolladito de nicotina cual taco mexicano, pero este no se come se fuma, según porque
es «Light» … pero se fuman todo el paquete una y otra vez. También la marihuana está a la orden del día, como si fuera cilantro, aún y cuando no es legal, es habitual. Creo que,
si en algún momento puedo pedir la nacionalidad española, para verificar si estoy apta debo hacer el puto cigarro como un taquito, fumarme un porrito delante del oficial, comer paella y hablar del futbol.
Por otro lado, era la hora de citarme con amigos venezolanos que ya estaban aquí, casi todos para bien o para mal empezaban la tertulia con «aquí las cosas son duras,
marica » , llovían las frases «aquí la vaina es dura, es difícil» «sin papeles chama… es duro» había quienes cuestionaban andar con venezolanos siendo venezolanos:
«Mira yo no trabajo con venezolanos la verdad», «yo no entiendo a esa gente que se la pasa con venezolanos y comen arepa y hallacas; para eso se hubiesen quedado en Venezuela». Ese inventario sobrante
de estupideces tuve que escucharla con mucha atención, estamos tan acostumbrados a ser colonizados, a que sean las costumbres de otros quienes nos invadan; que nos parece muy «Fo» andar por un país
extranjero en conjunto y comiendo arepa, como si los españoles en tiempo de Franco, cuando migraron a Venezuela y montaron sus panaderías y nos acostumbraron a la tortilla española, se cuestionaban formar
una colonia o una hermandad gallega. Como si emigrar en una situación tan dura como la de Venezuela fuera una elección sobre un paquete turístico.
Ciertamente creo que, cuando emigras es importante abrir la puerta a las nuevas experiencias y costumbres, pero por qué no, sembrar también las tuyas. Así que, de reencuentros en reencuentros, iba descartando gente que no me simpatizaba y haciéndome de gente que llena de entusiasmo y sin tanto prejuicio con su propio gentilicio sabía que sí: era difícil, pero valía la pena a mediano o largo plazo.
A diferencia de lo que algunos venezolanos decían de los mismos venezolanos, encontraba que los españoles al menos los que conocía yo, hablaban muy bien de la arepa,
entendían el «Chévere». «Yo tengo un amigo venezolano y son buenas personas», era un estribillo que se repetía y me hacía sentir bien entre esos españoles y los venezolanos
a los que sí les gustaba serlo, siempre activos y dispuestos a crecer. Así es como empecé a convivir un poco y tener conocidos y amigos con quienes relacionarme.
ABRIL. SE AGOTAN LOS AHORROS
No es aleatorio que las empresas decidan si te van a contratar o no en un plazo de tres meses, quizás porque en ese plazo ocurren transformaciones. Para abril se vencía mi plazo para entrenar a la nueva Gerente de Publicidad de la casa cambiaria en Venezuela y dejaría de percibir un ingreso en Euros que, aunque no era suficiente, era necesario. También empezaba a incomodarme el hecho de dormir en un sofá cama, no por el sofá cama si no porque no tengo una puerta que cerrar: la privacidad es un lujo que no tengo y siento que estoy muy lejos de volverla a tener. El espacio es muy pequeño y yo tengo siempre la necesidad de aislarme y no puedo. También la búsqueda de trabajo era un sin fin de nones por falta de papeles.
Quizás el mayor descubrimiento positivo en abril era que, la gata y yo nos acercamos. Sabía que como a las 2 am bajaba a tomar agua y a comer y luego iba al baño. Me
di la tarea de observarla y entendí por qué las feministas o las lesbianas somos el cliché viviente de andar con gatos, es que realmente es una proyección maravillosa: los gatos son independientes,
discretos, agudos, se te acercan buscando que los toques y luego se retiran, no se orinan en todos lados, y sí: son guapos, y la Chichi lo es. Una gata que al principio me parecía intimidante porque nunca había
vivido con mascota alguna, era al principio incomodo sentir que me veía en las madrugadas o que se me montaba sin permiso ni temor alguno por mis piernas pero que luego acepté. Quizás cuando la escuche
llorar lo supe, fue la primera vez que escuche llorar una gata; el novio de mi amiga me dijo que estaba llorando, era un llanto similar al de un bebé. Como sabía que era una gata viejita me asusté, «¿y
si muere?» fue lo primero que me vino a la cabeza, algo le había caído mal y vomitó, no sé porque temía que muriera… en las tardes como me quedo trabajando desde casa y M&P
van a trabajar, noté un día que no salía. No la veía por ningún lado, llevaba días vomitando.
Un día antes me desperté de madrugada a limpiar un vómito porque la escuché llorar, quizás no aguantó y dejó el vómito casi llegando
al baño… por eso al día siguiente cuando no aparecía, cuando no lo veía, la idea de que muriera me inquietaba. Llamé a M para decirle y me dijo que seguramente estaba escondida en el
closet, que allí se mete cuando se siente mal. Yo sentía la necesidad de cerciorarme de que estuviese bien, así que subí a la habitación de M&P y revisé el closet y ahí
estaba. La miré con alivio, ella me miró y se tapó la cara con la patas. Bajé las escaleras sabiendo que, ya quería a la gata Chichi, ya era parte de mí.
Ya casi cerrando abril, un mes donde el clima es más noble, la temperatura empezaba a ser amable. Una llamada aumentó mi esperanza, me llamaron porque había un trabajo
«Guía Tour», un trabajo que consiste en contarle la historia de Madrid por varios sitios emblemáticos a los turistas que así lo deseen, un recorrido que dura aproximadamente dos horas. Lo malo
era tener que estar en la Plaza Sol (la plaza central de Madrid) tratando como quien pesca, de pescar turistas y lo bueno era que cuando sucedía, era emocionante conocer gente nueva. Tuve que aprenderme la historia
de Madrid en una semana para poder arrancar y poder ganar dinero… de Gerente de Publicidad pasé a Guía tours, de trabajar en una oficina a trabajar en una plaza, de tener una quincena a ganar por propina.
Entonces el ego y mis títulos universitarios padecieron el cambio, se despecharon por estar inútiles en medio de un país donde las homologaciones y las postillas son
como un poso séptico entre ambas embajadas. El peor caso de mala propina creo que fue una familia argentina que me dio 3 Euros al cierre de la ruta, después de caminar dos horas recibí 3 euros. Luego
recordé que esa propina era el sueldo de la nueva gerente mensual y que con esos 3 euros podía comprarme más de 6 cervezas de litro y medio y se me pasó. Después de todo mi hobbie es cualquier
trabajo que me de dinero; mi verdadera vocación es escribir y actuar. Lo demás son pretextos… pero lo admito: recibir 3 euros dolió.
Ser Guía me ha servido para conocer gente de Argentina, Estados Unidos, Colombia, Chile, Ecuador y para conocer a mis compañeros de paraguas (nos paramos en la plaza portando
un paraguas con el logo de la marca de la empresa) y juntarnos un poco siendo todos venezolanos. Ellos tenían más tiempo que yo en España, así que me dieron la buena noticia de que aún sin
papeles podía acceder al bono de transporte, me dieron tips estratégicos de sitios buenos, bonitos y baratos y de vez en cuando nos citamos en la casa de alguno para reírnos y comer; así que socialmente
sentía que tenía a mi tribu cerca y que, por el otro lado, conocía a españoles y personas de otros países. Socializar era un jardín diverso.
Si bien es cierto que es una experiencia formidable conocer gente nueva, lo duro del trabajo es estar en ocasiones horas
y horas esperando que algún turista se interese. Es duro que pasen los días, duro para los bolsillos, duro porque sabía que al cierre de mes seguiría en el sofá cama, sin suficiente dinero
para independizarme, la libertad se te convierte en toda una paradoja…
MAYO. UN TRIUNFO Y 100 EUROS
No había podido quedar en Poesía Slam Madrid, mandaba muy tarde el correo, sin embargo, para mayo quedé.
A pesar de que avisé por redes sociales, ningún conocido asistió, el local estaba lleno, yo me senté sola muy cerca del escenario, con la histeria de pensar que ningún poema era suficiente. Había hecho una preselección y me dije que en el pulso de la noche decidiría que poema saldría al concurso, finalmente elegí «Abuso» un poema que habla sobre la violencia sexual
que sufren seis mujeres y que las seis decidieron contarme. El silencio del público en el momento de recitar me asusto mucho más, la hoja con la que leía el poema me temblaba al ritmo del miedo. Cuando
terminé una extensión de aplausos me recompensó, me puse en primer lugar en las puntuaciones y casi no podía salir del escenario. Mi cuerpo era del miedo.
Quedé en semifinales con otros dos poetas, el primer poeta de los tres que habíamos quedado era mucho más performantico, así que temí perder frente a él.
Fui la segunda en recitar y me provocó recitar sobre el amor, elegí «Tenemos una cita», un poema que habla sobre el desencuentro amoroso y la esperanza de que ambos amantes vuelvan a encontrarse;
de nuevo la ovación extensiva del publico me abrazo, la vergüenza me invadió. No sé por qué cuando el aplauso se extiende, se me sube una vergüenza, unas ganas de taparme la cara. Es una
mezcla de felicidad con pena inexplicable.
Finalmente, los aplausos me hicieron ganadora, me entregaron el premio que era un afiche, un libro y de nuevo la ovación del público que al cierre pedía otro poema de
la ganadora y recité «Emigrar Huyendo»; pertinente para mi actual situación. Salí del escenario y todos empezaron a saludarme, agradecerme… sin embargo, estaba feliz y estaba sola. Me
sentía como el video oficial de «Un besito Más» de Jesse y Joy, no había nadie conocido que me abrazara para felicitarme. No había familia, no había amigos, pero estaba mi propia
felicidad caminando conmigo. Al salir del local me comí una dona, caminé un poco las calles hasta el metro y me sentí plena. Ese premio dio pie para que me invitaran a recitar en la feria del libro de
un pueblo cercano llamado «Tres Cantos». Fue una experiencia fabulosa y en ella me pagaron 100 euros, que no es mucho, pero es el cielo cuando viene por recitar tus poemas. Una vez mas no conocía a nadie,
esta vez lo celebré comprando ropa para el verano y una hamburguesa en McDonald’s y guardando el resto para la Karlina Madura, que debe ahorrar.
JUNIO. LA NOSTALGIA DESPERTÓ
JUNIO. LA NOSTALGIA DESPERTÓ
Una tarde Mientras caminaba por el metro de la Gran Vía, escuche un violín. El violinista tocaba «Venezuela», de repente las ganas de llorar aparecieron, el pecho
se me estremeció y fui parte del cliché de venezolanos que lloran al escuchar esa canción. Otro síntoma de nostalgia fue en un encuentro con la familia del novio de mi amiga, al ver a su mamá
vi a la mía y tuve que contener las ganas de llorar y de abrazar a la señora… era menuda, la cara con el ceño fruncido como mi mamá, eso sumado a ver crecer a mi sobrina tras el cristal del
celular y no poder abrazarla me hizo darme cuenta de que la decisión que yo había tomado era más grande de lo que yo misma pensaba. Que los trámites legales para estar de forma regular, el haberme
venido sola y con poco dinero eran una trilogía de elementos que hacían inexorablemente que mi familia y yo no nos pudiésemos ver en mucho tiempo. De repente me cayó la locha, o me cayó la
nostalgia. Mi mamá se cortó el cabello y lo vi por fotos, mi sobrina ya da besitos y dice papá y me enteré por videos y fotos. El país sigue siendo una herida abierta, y yo… yo estoy
sola luchando por ser.
En la casa la incomodidad del espacio reducido comenzó a ser una tensión invisible pero real, sólo el arte es una flor creciendo, porque el trabajo de Guía Tours
había bajado el ritmo por el calor de junio, un verano seco que ahuyenta las caminatas. Los papeles seguían siendo un espejismo, todo junio fue ansiedad, porque ni devolviéndome a Venezuela soy la misma.
Venezuela me parece una mujer lejana.
A mi familia, aunque está bien y eso me calma, la veo desde una distancia que no sé explicar. Yo no era las más familiar, solía ir a tres de los 50 cumpleaños
al año que celebraban; siempre he sido muy desprendida… solitaria y sigo siéndolo, pero hasta el más desprendido, hasta la oveja más negra y más libre, necesita de vez en cuando visitar
a su rebaño, su tribu; comer las caraotas de su mamá, hablar con su hermana, abrazar a su sobrina. En junio me di cuenta de cuán lejos están los abrazos de mí, que el viaje es duro, que el
sofá cama es cómodo y M&P generosos; pero el sofá cama no es mío y mis bolsillos siguen desnutridos. Que lo único que sigo teniendo en las manos son poemas y chistes y que debo encontrar
la forma de salir del sofá cama en un país donde, para algunas cosas, soy invisible.
Me espera el mes de julio, dicen que la temperatura sigue subiendo, espero que mi fuerza haga lo mismo.
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