LA CULPA ES DE LA O CON ACENTO
Era un examen de Matemática, el examen que determinaría si
Luis lograría pasar bachillerato, si lograría rayarse la camisa con sus amigos,
si lograría renunciarle a tanto número y cumplir su sueño: entrar a la facultad
de letras.
En ese examen, en ese lápiz, en ese borrador a la derecha de
su miedo y su pupitre; estaba el destino de su próximo año o, por el contrario,
el retraso y la continuación de su pesadilla con matemática. Esa piedra en el
zapato; esas ecuaciones sin estrellas, ni literatura, estaban a punto de
acabarse o continuar. La profesora se aproximaba colocando la hoja de los ejercicios
arriba de la hoja en blanco donde empezaría a resolver los problemas. Luís
comenzaba, lentamente y con los nervios afilados, a resolver cada ejercicio. La
calculadora era su aliada para ese universo de números que tenían en su
nomenclatura, el sello de su éxito o su derrota.
Entre tantas cuentas, el lápiz fatigado pide más punta y
Luis termina de escribir la palabra “solución”, se para del pupitre y se dirige
a la papelera.
Entre tanto en su hoja ocurre algo particular, de la palabra
solución, la o con acento baja despavorida hasta las ecuaciones; rueda
confundiéndose entre los ceros y le confiesa al número uno que está
perdidamente enamorada de él. El número uno, parco pero educado; le dice que
por favor se devuelva a su palabra, que este amor inesperado es imposible, que
él nació para ser impar y sólo se mezcla entre ceros. La o con acento llora
desilusionada; tenía la esperanza de ser correspondida. Sus lágrimas corren por
la hoja, todos los números confundidos tratan de protegerse de la lluvia entre
las paredes de la raíz cuadrada. El número uno, en un intento por salvar la
ecuación, se coloca al lado de la o con acento y le explica:
“Por favor hermosa, deja de llorar y devuélvete a tu
palabra. Estás causando confusión entre los números y debemos estar en el lugar
correcto para que el problema sea resuelto. Los números y las letras
ciertamente deben estar alineados, pero jamás tan juntos”.
La o con acento en su lamento le dice:
“Señor número uno, es
que siempre he estado enamorada de usted. Siempre lo he visto y, aunque parece
solitario, cada vez que está delante de un cero este cobra un valor increíble.
Yo quiero estar cerca de usted, amarlo con este acento mío. Por favor no me
ponga punto y final”.
El número uno, serio pero educado, seguía aclarando la
imposibilidad del romance y explicándole la consecuencia de haber escapado de
su palabra, luego se retiró tratando de volver a su sitio como antes. Mientras
todos corrían, a lo lejos se escuchaba la voz de la ene: “o con acento, ¿dónde
estás?”.
A la izquierda de la página, un cero gris mira a la o con
acento y le pregunta:
“¿Qué tipo de cero
eres tú que tienes el cabello largo”.
La o con acento se presenta y le explica quién es y porqué
está allí. El cero gris le responde despectivo:
“¡Por Dios!, ¡qué letra tan testaruda eres!, ¡vete a tu
mundo de mayúsculas y oraciones! Si el uno no se te pone a la derecha nunca
significarás nada, ¡vamos ¿qué estás esperando?! ¡Vete de aquí!”
La o con acento, ya sin opción, sube llorosa y resignada.
Por lo menos si sube, los números volverán a estar como antes y Luis podrá
seguir.
Cuando la o con acento intenta subir un lápiz la borra.
Luis está confundido, una vez más los números le juegan una
trampa, su corazón late asustado; no entiende el ejercicio. No sabe qué hacer.
Las manecillas del reloj apuntan a que sólo le quedan pocos minutos.
Todo estaba bien antes de sacarle punta al lápiz, juraba que
lo había hecho bien y ahora duda; duda de la raíz cuadrada, de la X, de los
ceros, de sus multiplicaciones. Los maldice, maldice a los números una vez más,
los números gritan sin que Luis pueda escuchar: “la culpa es de la o con
acento”.
Luis tiene ganas de llorar, invoca a Dios, blasfema contra
él. Mira a sus compañeros, sabe que ya no puede hacerlo. Está bloqueado, está
confundido. Las letras de la palabra “solución” comentan entre sí que el pobre
Luis no podrá graduarse.
La o al lado de la ele pregunta por qué Luis no va a
graduarse y la i, que lo vio todo desde su punto, le contesta:
“Fue tu hermana, es
sólo que la ele no te deja ver…se enamoró del número uno y bajó produciendo un
desorden. Ahora la borraron de la hoja y Luis no entiende que su problema no
fueron los números, sino la palabra solución y el terco amor de una o con
acento".
Fin
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