MARTA, ESTOY JODIDO
Hola Marta, te escribo porque no me quedan más opciones. Sé que no debo acercarme a ti, pero es la primera vez que termino una relación con aplicaciones de por medio;
es decir: teniendo whatsapp, Facebook, Instagram, todo eso llamado redes. Como sabes, la última vez que terminé una relación un celular no lo tenía todo el mundo y eran una novedad los mensajes
de textos.
El punto es que tú has sido, a parte de mi pareja, mi mejor amiga. Ahora no sé a quién contarle mis
cosas. Me llama la atención en esto de haber terminado que el acontecimiento también sea virtual y de forma virtual también duele; yo no era muy adepto a las fotos, Marta. Tú sí, tú
siempre una foto: “ven mi amor voltea” y bueno, yo cedía. Ahora esas mariqueras me parten y los vidrios se me meten por los ojos.
Creo que fundamentalmente Marta, son tres las redes que me tienen jodido, el Instagram, el Facebook y el whatsapp. Parece
que ya suficiente tenía con Coco que me ladra tu nombre con esos ojos de perro triste, lo miro y siento que me dice “coño, ¿dónde está Marta?” no sé qué responderle
¡Qué decir de mis sobrinos!… de la familia entera que ahora parece más tuya que mía. Siete años, marta; siete años diciendo tu nombre como para renunciar a él en la simpleza
de un “terminamos”.
Volviendo a las redes y a las relaciones, Marta. Sí: me parece muy tonto esto, y muy fuerte al mismo tiempo. Siento,
por ejemplo, que el whatsapp me tiene enfermo, es como una ventana. Como si vivieras en el edificio de enfrente y cada vez que el puto teléfono dice “en línea” es como si prendieras la luz y te asomaras
al balcón. Entonces veo tu foto como la silueta, la silueta de lo que puedo ver de ti desde ese otro balcón en el que se convierte mi teléfono; es una sensación de cercanía y distancia espantosa.
Y es aún peor cuando los dos estamos “en línea” porque es como si estuviésemos asomados al mismo tiempo, cada cual en su balcón…mirándonos, sin hablar. Pero allí
estamos Marta, con nuestros años encima, con nuestra dolorosa nostalgia “en línea”.
Hace dos meses, cuando te escribí para decirte que te había transferido lo de la venta de la moto, esa moto
que por años te busco en la universidad; esa moto que se graduó contigo y que vendimos al terminar, tú respondiste con un escueto “ok” que me dio arrechera, ¿cómo caben siete años
en un “ok”? pero nada, yo seguí el juego parsimonioso y dicotómico y también respondí con un “ok”. Otro espanto de esa aplicación es por las noches, cuando no te veo
conectada desde que sales del trabajo. Pienso: ¿dónde se estará quedando?, porque en tu casa hay internet… por si es el caso de que no tengas datos… porque tú siempre cargas ese celular
sin saldo, ni datos. Entonces el corazón se me pone como Coco. Me ladra, me ladra de sólo pensar que te estés acostando con otro, ¿te estás acostando con otro, Marta? Mejor no… no me
respondas nada; porque no quiero saber nada. Esto es culpa del whatsapp y de esas imágenes que hace que uno reproduzca en la mente con la voluntad de un trastornado. Ni hablar de cuando sale “última vez
conectada” y me siento el vecino fisgón chequeando la última vez que prendiste la luz y te asomaste al balcón, Marta.
A veces quisiera meterme en ese círculo verde como si me estuviese trepando en tu ventana, para ver qué pasa
en tu cuarto; en la sala de tus circunstancias donde ya no soy visita, ni huésped. Saber si eres tan feliz como en la foto, si después de estos meses separados aún te acuerdas de mi aliento. Si no invocas,
aunque sea un día, los escalofríos que te daban cierta categoría de mis besos. O si lloras Marta, ¿tú me lloras Marta?, ¿todavía me lloras, Marta? Así como te lloro yo cuando
nadie me ve, porque ya sabes que dicen que los hombres no deben llorar, pero el cabrón que dijo eso no se enamoró de ti. Ese cabrón no sabe lo que es despertar a tu lado, ni ha probado las empanadas que
haces tú; ese cabrón no ve a su perro llorar. Ese cabrón no tendrá ni perro y jamás compro una moto con su novia y seis años más tarde la vendió;
pero no para comprar el carro, como habíamos pensado, sino para desaparecer el activo y la ilusión.
Aquí dejaste tu hilo y tu pantalón rojo, cuando el dolor es mucho y las ganas se me acumulan me hago la paja, y duele mucho porque antes me la hacías tú y no
quiero cogerme a nadie, porque nadie es Marta. Marta eres tú y no estás conectada; tienes tu estado en inglés y sabes que no soy bilingüe. Todo lo que haces me lo tomo personal: si pones un perrito
siento que me quieres decir que extrañas a Coco, si pones un globo siento que eres feliz y andas flotando con un cabrón que está en mi mente cogiéndote y yo luego matándolo. Si pones un
corazón parece que pones el tuyo ahí, como en una vidriera para que alguien lo agarre. Yo me siento como un mendigo mirando en la vidriera el corazón que ya no puedo comprar. ¿Viste Marta? Estoy
jodido, jodido en las redes; enredado, hecho mierda. Y ahora, para rematar, al Facebook le dio por decir “tú nos importas al igual que los recuerdos que compartes aquí y pensamos que te gustaría
rememorar esta publicación de hace dos años” coño, y todos los recuerdos son contigo: nuestro viaje Aruba, la foto en la laguna de Mucubají, en Mérida. Uno intenta olvidarte y el puto
Facebook insiste en que no ¡y para colmo dice que yo le importo!
Según el Facebook ya no somos amigos y cambiamos nuestro estado y nuestro estado de ánimo también, dice que ya no me sigues ni te sigo; pero yo continúo siguiéndote
por dentro, por whatsapp, por el balcón, por el sollozo de Coco, Marta.
El Instagram es otra pesadilla, cuando eliminaste nuestras fotos sentí un puño en el pecho, como si el entrenador del gimnasio hubiese puesto la pesa
con más kilos a lo alto y de ahí me la hubiese lanzado. Entonces lloré; lloré como un carajito Marta, como lloró mi sobrino en el primer día del colegio. Pateando recuerdos yo le menté
la madre a las etiquetas y el corazón a la izquierda de la fotos que una a una desaparecían en ese jodido ”eliminar”. Para evadir un poco el dolor me dediqué a ver los chistes y esos memes divertidos sobre relaciones escoñetadas y también me acuerdo de tus cosas malas, de ese carácter tuyo. He tenido
ganas de hacer uno que diga: “a veces extraño a mi novia, luego recuerdo que me trata como mi mamá y se me pasa” pero no Marta, no se me pasa. La tristeza virtual, esta nostalgia de todo no se me
pasa. Si el muro del Facebook fuera real probablemente yo estuviese guindado en el tuyo, trepándome en cualquier ladrillo, en cualquier palabra para llegar a ti. Pero ya no se puede. Así lo decidimos.
Y en esa cosa de los “amigos en común” yo me quedo con Ricardo, de pana, no te lo lleves tú. Yo no quiero eliminar lo, me cae bien. Además hay amigos tuyos
que extraño, sobre todos los aventureros con los que nos fuimos a Chuao, ese fin de semana la pasamos muy bien, a pesar de que había mar de leva y no había teléfono. La carpa donde dormimos parecía
un penthouse, porque cuando uno está enamorado el amor cabe en una carpa y en esa carpa una ciudad y un sueño. Marta, qué bueno que tus amigos sí lo lograron, ellos sí se compraron la casa
y no vendieron la moto. Y siguen juntos, con sus etiquetas en el Instagram, recorriendo el país tomados de la mano. Ellos “están en una relación” en Facebook y en la vida.
Yo sé que esta nostalgia la hace la ausencia; porque es como un fantasma que susurra solo los buenos momentos… y el exceso
Espero que estés bien, que sigas comiendo pollo con los amigos como te gusta; que sigas tan inteligente y ambiciosa (seguro ya invertiste el dinero de la moto en dólares y
ganaste tres veces el precio) y yo…yo sigo talentoso para el despilfarre. Es que tú siempre fuiste buena administradora, hasta tus besos eran exactos.
Me despido, Marta. No cambies de estado; no digas que eres feliz, porque me duele, pero tampoco pongas que estas triste; eso también me duele. ¡No pongas nada, Marta!, deja la
foto como se quedan las lápidas, intactas, para sentirte muerta y no ahí; viva de a lejos o mejor… mejor métete a monja y pones las fotos del convento, o yo cierro mis redes y me arranco los ojos.
O te bloqueo.
Me encantaría que así como uno puede bloquear a la gente en las redes lo mismo hiciera el corazón, pero no: ese músculo de mierda no
te bloquea, no te marca como spam, ni siquiera dice como Firefox cuando falla “Vaya esto es embarazoso”, no. A ese musculo le cayó la pesa del gimnasio desde lo alto; por todos los lados en donde eras mía
y yo hasta nuevo aviso sigo triste. Coco sigue triste y seguimos enfermos, prendiendo la luz y asomándonos en el balcón para ver si te vemos en línea.
Con amor, Luis (y Coco).
Comentarios
Hoy no te agradezco , hoy es demaciada mi pena .